Monseñor Óscar Arnulfo Romero, mantuvo una amistad muy cercana con la comunidad de Hermanas Carmelitas Misioneras de Santa Teresa y el “Hospitalito”, como cariñosamente lo llamaba. Cuentan las hermanas que lo conocieron, entre ellas Madre Luz Isabel Cuevas, que desde 1969 Monseñor Romero llegaba los jueves a celebrar la Hora Santa y, los primeros días de cada mes, la Santa Misa en honor la Divina Providencia. Muchas de sus visitas incluían un espacio para compartir el desayuno o almuerzo con la comunidad de hermanas.
Fue Monseñor Romero quien, el 16 de julio de 1974, presidió la Eucaristía de Acción de Gracias por la Consagración de la Capilla como Templo Expiatorio de la Divina Providencia.
“Consagra Templo. El Templo Expiatorio del hospital de La Divina Providencia, fue consagrado ayer por el Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis, Mons. Oscar A. Romero, con motivo de la celebración de la festividad de Nuestra Señora del Carmen. El hospital es dirigido por Religiosas Carmelitas que hacen una gran obra.”
Así rezaba la noticia que apareció en La Prensa Gráfica en 1974.
Ya desde sus días como Obispo de Santiago de María (Departamento de Usulután), Monseñor mantenía una amistad profunda con las hermanas de nuestra comunidad. En la nota adjunta (izquierda), fechada del 14 de noviembre de 1976, él buscaba el apoyo de nuestra comunidad para acoger a un paciente.
Unos meses después, el 3 febrero de 1977, Monseñor fue nombrado arzobispo de San Salvador por el Papa Pablo XVI. El 22 de febrero del mismo año, toma posesión del cargo. Como arzobispo, adoptó el lema episcopal “Sentir con la Iglesia”, lema que hizo vida en su predilección por los más necesitados de la misericordia de Dios.
Madre Carmen Margarita Pratt, superiora provincial de las Carmelitas Misioneras de Santa Teresa en Centro América, recuerda como Monseñor solicitó, con su característica sencillez, un lugar para vivir. Fue así como Monseñor comenzó a vivir en medio de nuestra comunidad, en una pequeña habitación ubicada en la Sacristía de la Capilla.
Sin consultarle y sin conocimiento de “Monsito“, como le llamaban con cariño, las hermanas de la comunidad decidieron construirle una residencia de tres ambientes, un jardín y un espacio para estacionar su vehículo.
Como las hermanas lo conocían bien, y sabían que a él no le gustaba importunar a nadie, pidieron a los pacientes del Hospital que fueran ellos los que entregaran las llaves de su nueva residencia a Monseñor. Complacido con el gesto, “Monsito” aceptó las llaves con motivo de su cumpleaños el 15 de agosto de 1977.
El padre Rafael Moreno Villa relata bien esta etapa de convivencia con nosotras. San Óscar Arnulfo Romero cuidaba espiritualmente a las hermanas: rezaban laudes y compartían la Eucaristía todos los días a las 6:00 am, en la Capilla. Después pasaban a desayunar al comedor, todas las hermanas apoyaban mucho a Monseñor Romero.
Especial mención merecen dos de ellas: Madre Luz Isabel (Madre Lucita como le decía Monseñor) y la hermana Teresa de Jesús Alas, quien fungió como asistente de Monseñor; era quien llevaba su agenda, velaba por su salud y evitaba que se le acercaran personas que no habían sido citadas previamente por él. (Monseñor Romero: Testimonio Vivo de Justicia y Reconciliación Cristiana, Rafael Moreno Villa, SJ. pág. 13).
Durante este periodo de gracia, Monseñor Romero fue el arzobispo que vivió entre nosotras y, en un contexto sociopolítico convulsionado en El Salvador, se convirtió en el micrófono de Dios, con su vida y su voz profética: denunciando en sus homilías las violaciones a los derechos humanos y afirmando públicamente su opción preferencial por los pobres y las víctimas.
Su vocación profética nunca lo desligó de las actividades cotidianas del Hospital. Cuenta la Madre María del Socorro Iraheta Flores (CMST, quien durante muchos años atendió amorosamente la casa del Santo) que: “Una vez lo vi que llegó muy cansado y había una paciente en el hospital que insistía que Monseñor la confesara. Pero yo, al verlo muy cansado, no le quería decir. Al fin me decidí a decirle y él me contestó: Pues vamos, pues para eso estoy yo aquí”.
En sus propias palabras, Monseñor nos consideró su familia. En su diario, el 5 de diciembre 1979, narra: “Caminamos de Guatemala hacia la propiedad de las hermanas Carmelitas que está a tres horas de camino, pintoresco camino, sobre todo. Al llegar al lago de Atitlán, en cuyas orillas está situada esta preciosa casa a la que llegamos de noche, celebré la Santa Misa con la comunidad de Carmelitas que es muy cordial; me dieron una acogida muy cariñosa y después de la Misa cenamos e hicimos gratos recuerdos de la vida de la Congregación, y en El Salvador de manera especial, donde yo guardo mucha gratitud, ya que me han acogido en una de sus casas, el Hospital de la Divina Providencia, donde prácticamente es toda mi residencia y familia”.
Los últimos tres años de la vida de San Óscar Arnulfo Romero, fueron el tesoro más precioso que compartió con su pueblo y con nuestra comunidad. Vimos como su vida se asemejaba cada día más a la de Jesús; una vida de apasionada predicación que es arrebatada en el altar de la Capilla de la Divina Providencia el 24 de marzo de 1980.



La Misa de cuerpo presente se organizó en Catedral Metropolitana de San Salvador y contó con una multitudinaria participación de fieles. Sin embargo, la Misa quedó inconclusa cuando múltiples disparos interrumpieron la Eucaristía y provocando que los asistentes buscaran refugio. El resultado de este hecho fue de cuarenta muertes y más de doscientos heridos.
El 23 de mayo de 2015, Monseñor Romero fue beatificado por el cardenal Angelo Amato, en representación del papa Francisco. La Misa y rito de beatificación fueron realizados en la ciudad de San Salvador.
Y el 14 de octubre de 2018 se realiza la ceremonia de declaración de Santo en la plaza San Pedro de la ciudad del Vaticano. El rito lo preside el papa Fracisco quien, para la ocasión, utiliza el cíngulo que llevaba nuestro santo al momento de su martirio.
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